a los niños

lunes, 8 de febrero de 2010

A LOS NIÑOS


Solo la sabia y escondida ruta de las palabras rastrea el pueblo de los niños dolorosos ocultos en la selva urbana del hambre, desde esa profundidad enmarañada viene el eco lejano de esos tallos de la sombra, hongos tristes del humedal del mundo brotados en el oído sordo del egoísmo del hombre.
Seguramente mi abordaje no interrumpirá su difícil realidad derramada en la inmensidad geográfica de los tiempos humanos, seguramente no atormentaré el lado duro de la conciencia con mi acoso de productos inútiles, sin embargo, acepto la orden subterránea de la vida y tomo y me empujo con su soplo por la rosa de los vientos con propia brújula y voy sin miedo al polo helado de los hombres a clavar la espina de esta otra maltratada rosa sin más instrumentos que la herida abierta con su última sangre dilatada.
Yo he tomado estos penetrantes utensilios del dolor para avanzar en la gruesa tiniebla de la oscuridad victoriosa de la historia y presento mi rayo recogido entre diminutos quejidos de cuna a toda intensidad de su color en la hora cerrada del templo mundano.
Yo elegí esta doctrina acribillada, sin temor, y a pecho descubierto, para enlutar mi cuerpo con esta debilidad entrando a la tina lagrimosa de sus ruegos y he de adormecer mis circuitos verdes que tiñen las esperanzas humanas para enrolarme en la causa amarga de la infancia maltratada y construir con los despojos de la demolición terrestre el torrente sano que ha de contener luz tierna brillando en los ojos donde habitaba el miedo y la desesperación trituradora del encanto.
Fui llamado a esta cosecha triste de la tierra por palabras y palabras que ardían en los libros de la vida deshojada, en esa biblioteca donde escriben los antepasados de la desgracia sus cantares y apuntan sus mordidas a código negro de sus números valiosos que me enseñaron el nombre del primer pobre nacido del BIG-BAN de la riqueza y me dejaron flotando en los márgenes siderales de la distancia hasta donde fueron expulsados estos pedazos miserables que nadie observa con detención merecida de la justicia.
He llegado a esta astronomía abandonada en su archipiélago del desastre a instalar una transparencia entre las plumas ateridas y tengan ventana sus acontecimientos mortuorios en la densidad embarcada en el verso y se arrodille la tierra por vergüenza con toda esa verdad acumulada en su prontuario.
La voz de un existente dolor ciudadano es a veces sin sonido, sin vocales su reino y establece su defensa en el tiempo blanco del día con inaudito silencio de sus detalles y sin embargo su hilo amarra un solo golpe derrotado en la ternura alimentando la pupila de la sangre con su marcha de viejas crueldades.
Ayer cuando murió el llanto estremecido de un niño que no conozco, me hice parte, porque nadie entró con duelo a su espesor inconmensurable y tengo la propiedad de este puñado de suplicio narrando su profundidad en la fertilidad prolongada de los rocíos dormidos para que al tenue tañido de esta campana alcen sus espadas en el bolsillo del mercado y se liberen los dolores cautivos en esta rama frondosa de palabras secas.
Quién ha visto la rueda de la necesidad y la abundancia girando y arrastrando la vida sin repartir sus miradas ha de concluir que la hay una costra que divide a los hijos de Dios en legítimos e ilegítimos, en felices e infelices, y en otras indisolubles soledades que orbitan con su pequeña compra al margen del soplo divino, talando frialdades en su cosecha como únicas ganancias de su destino.
La sutil psicología de la codicia por su obvio placer que le produce su renta arrienda el carro de la muerte para pasear su presea y ahí va el niño pálido envuelto en su blanca soledad de sus primeros años, sin los adioses de un padre que no tuvo, con la cicatriz azulosa del golpe de la vida en su rostro enjuto de clase estéril como epitafio de la oferta y la demanda.
Los niños que no alcanzaron pezón en esta ciencia sin amor, cayeron al vertedero espiritual de sus secuelas, y bajo el techo de un sol podrido escarban un beso esquivo y sin piedad son desgranados por la muerte, lejos del pavimento, lejos de una escuela, lejos de los brazos del corazón humano, que a propulsión de la mezquindad se ha precipitado en un vinagre impúdico y corrosivo.
Yo construyo esta morada de páginas abiertas para que entren los niños negados por la respiración de la vida, que vengan de tan lejos y de tan cerca a establecer su ausencia en los restos humeantes del siniestro espiritual de esta humanidad egocéntrica y fanática de luces narcisistas, que vengan a gastar su pequeña estatura en la batalla del bien común dentro de una cocina armados de terrible cuchara y tiemble la olla y la panadería alguna vez por este asalto decente y entre el diario a entrevistar su gordura y su risa, alguna vez; y pierda combustible la mentira política y su retórica inmoral de estos tiempos que a fuerza de balas callaron la boca de los verdaderos.
Algún día habremos de separar la sangre fría de su cónyuge el dinero que compra los destinos y alquila capataces para ejercer su deshonor entre los débiles.
Algún día rescataremos al niño de las garras que lo arañan en privado o de la pública maldad que los roba y los mutila en la clandestinidad de un “humanoide” que lo paga.
Algún día, y con excesivo sacrificio de la dignidad los ojos del mundo se ornamentarán sin la presencia de esta plaga y tomaremos por costumbre odiarnos menos.
El amor fundado de una sociedad es sin permiso para los actores que equipados con veneno se ofertan para trabajar de bestia.
La lectura peligrosa de esta obra tiene justificada excitación de esta línea recta y dirige su cumplido a las incertidumbres tristes que llegaron por un nacimiento a la inconveniencia de un paisaje que no les pertenece y en apariencia calculado sin los bordes de su sombra, no hay aquí otro amor que el de mis deberes, es la última estimación que tengo en tránsito, la última ventaja que me amarga y son plazos vencidos con peligros sobrenaturales que crean sospechas en la cólera hirviente de la noche protegida por el alto muro del poder involucrado, que siente como estos silentes pasos se le acercan.
Las conciencias adoctrinadas en la exactitud perversa de los excesos descompuestos se han asignado la obligación de señalarlo con el dedo acusador de su mirada mucho antes de tomar acuerdo con la tolerancia cómplice que cierra su puerta con llave para burlarse del mundo repasando en privado los defectos que le sirven.
Los hombres que arrojamos nuestros ruidos como polvos astutos de la venganza no ignoramos el precipicio que asecha a nuestra extraña residencia y a propio gusto nos servimos este camino escondido del fracaso como provisiones limpias que caen en la cita a la hora del contacto con una lágrima ajena, si hasta parece escucharse ¿Dónde está el miedo que quiero ser cobarde?, pero la oratoria del silencio nunca otorga esta diplomacia a tiempo, y subimos a la espalda esta montaña, sin ladrar y sin saber lo suficiente a donde llegar con este paquete sin ropa a plena madrugada del apasionamiento inflado y pegado como fiebre al cuerpo portando sus modales valientes que empujan groseramente todas las misiones amargas.
Hijos pequeños de la tierra y del hombre yo he sido pagado con el sueldo de su felicidad y reciben mis gracias por haberme permitido servirles con la tinta de una humilde lágrima.

EL AUTOR

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